La otra crisis: Una prueba de fuego para la concertada

            Ya son cerca de un millón y medio de españoles los que han firmado un manifiesto de la Plataforma Más Plurales y que exigen la apertura de un tiempo de reflexión plural antes de que se apruebe la Ley de Educación de la ministra Celaá.

            En estos tiempos que corren no hay que perder la esperanza, pero también hay que ser realistas. Y es que, visto lo visto, va a dar igual si a ese millón y medio de refrendos se le suman veinte, treinta o cincuenta millones de firmas más. El Gobierno de los señores Sánchez e Iglesias no va a dar un paso atrás y la Lomloe se va a aprobar sin consenso alguno y gracias al apoyo de unos partidos políticos que desean tumbar nuestro actual sistema parlamentario.

            Tras la aprobación de la Ley llegarán los reglamentos que la desarrollarán. Y si éstos son fieles a la legislación vigente, uno de los grandes perjudicados van a ser los centros privados concertados. Van a perder alumnado, pues a partir de ahora se tienen que cubrir todas las plazas públicas disponibles, aunque sea a costa de los centros concertados cercanos. Van a perder todos sus ingresos, pues a partir de ahora no podrán recibir ni un solo euro por parte de las familias o de la fundaciones afines, aunque el Estado sólo se encargue de pagar las nóminas de sus docentes y no se preocupe de subvencionar gastos de mantenimiento, de compra de material o de mejora de las instalaciones.

            Los centros concertados no pueden quedarse de brazos cruzados, esperando que dentro de tres años haya un cambio de Gobierno y se derogue la Lomloe, pues lo más probable es que ganen los mismos y la situación empeore un poco más si cabe. Es hora de ser audaces y buscar nuevas formas de financiación que permitan becar a los alumnos de las unidades que pierdan el concierto económico y también mantener los puestos de trabajo y la calidad educativa que los define.

            Llegó el momento de volver a las raíces, a los inicios, cuando familias sin recursos sacrificaban toda comodidad para poder llevar a sus hijos a ese colegio que comulgaba con sus creencias. Llegó el momento de averiguar de verdad, sin el humo de las encuestas de conveniencia, qué ideales anidan en el corazón de sus docentes, de los discentes y sus familias. Todo lo bueno cuesta y ahora se verá hasta qué punto se considera buena la educación que se da en cada uno de los centros privados concertados cuando ya no se les conceda concierto alguno.

La otra crisis: Un temor a la verdad vírico

            El mundo entero espera con un anhelo estresante la llegada de la vacuna que nos libre del contagio del terrible virus Covid-19. En España lamentamos la muerte de decenas de miles de personas, de seres queridos que han fallecido antes de hora y, en muchos casos, sin contar con la compañía de sus familiares y de sus amigos.

            Se cuentan por cientos de miles las personas contagiadas y aún nos sorprende averiguar cómo este virus afecta de forma tan diferente a unas y a otras. Están las asintomáticas, las que han sufrido dolores de cabeza y algunas otras dolencias leves, y también las que han permanecido hospitalizadas durante meses y a las que ahora les espera una larga rehabilitación.

            Pero ahí no acaban los efectos nocivos de este maldito virus, pues también afecta a la moral de las personas que no han sido contagiadas. Tanto es así que, por no perder su puesto de trabajo, no complicarse la vida o no tener que cerrar durante unos días su negocio, algunas están dispuestas a ocultar la verdad y faltar a la lealtad que le deben a sus compañeros de trabajo. Porque, por ejemplo, no es de recibo que un maestro se entere del positivo de un colega por la llamada telefónica de la madre de un alumno o porque ha sido indiscreto durante la conversación privada de otros dos compañeros. Está mucho en juego y todos debemos actuar con rectitud de intención y con la verdad por delante. Y no pasa nada si se confina una clase o si medio claustro se ha de quedar unos cuantos días en su casa a la espera de los resultados de las pruebas pertinentes. Si todos los miembros de la comunidad educativa son sabedores de la realidad escolar respecto a la incidencia de este virus, podrán obrar con mayor libertad y se esmerarán aún más en cumplir las medidas de prudencia ante sus seres queridos más vulnerables. Por favor, seamos responsables y actuemos con lealtad.

La otra crisis: ¿Una violencia bisexual?

            Un año más vamos a celebrar en los centros escolares el Día Internacional de la Eliminación de la violencia contra la mujer. Se realizarán todo tipo de talleres, lecturas de manifiestos, confección de murales o recomendaciones bibliográficas para el alumnado y sus familias donde, entre otras cosas, quede bien claro que el varón, por el mero hecho de serlo, ejerce la violencia contra la mujer, por el mero hecho de ser mujer.

            También los docentes aprovecharán este 25 de noviembre para reflexionar sobre la realidad educativa que les está tocando vivir. Y así, esa maestra de Infantil, aun sin quererlo, caerá en la cuenta de que las agresiones físicas que sufren sus alumnas son ocasionadas, casi en exclusiva, por esa anárquica niña traviesa. Y esa tutora de Primaria, aunque le cueste reconocerlo, tendrá que admitir que el acoso que sufre una de sus alumnas es ocasionado por otras dos niñas de cursos superiores. Y así podríamos seguir analizando el parecer de las profesoras de Secundaria ante el acoso real y virtual que sufren sus alumnas por parte de sus compañeras. Pero no, pues este día solo toca fijarse en la violencia que ejercen los chicos sobre las chicas y buscar una solución a este problema de género que parece no tener fin. Y así, una vez consigamos erradicar este tipo de violencia machista, ya daremos el siguiente paso: poner punto final a la violencia que sufren las chicas por parte de otras chicas. Pero para eso, cuando llegue el momento, ya celebraremos otro Día Internacional de la Eliminación de la violencia de la mujer… contra la mujer.

La otra crisis: Asalto a la escuela pública

            A nuestro Gobierno le pierde su impaciencia progresista y trata de aprovechar este nuevo estado de alarma, no para poner freno al número creciente de víctimas y personas contagiadas, sino para aprobar unas leyes ideológicas que le permitan perpetuarse en el poder.

            Ahí está el nuevo proyecto de Ley de Educación, la Lomloe, que ya fue aprobado por el Consejo de Ministros y que ahora acaba de ser ratificado por el Parlamento. Pasará ahora al Senado y, tras el visto bueno en esta cámara, regresará al Parlamento para su definitiva aprobación, publicación en el BOE y su posterior aplicación.

            Esta Ley prevé vaciar de alumnado a los centros concertados, por un transvase obligatorio a las aulas vacías de los colegios públicos. ¿Y qué pasará con todos esos maestros de la concertada que se van a quedar sin trabajo? Pues no les va a quedar otra que preparar oposiciones para convertirse en funcionarios e impartir clase a los que fueron sus alumnos en la privada y que ahora lo serían en la escuela pública.

            No podemos olvidar que el ideario de un centro educativo lo marca su equipo directivo, el claustro de profesores, la Asociación de padres y el Consejo escolar. Por eso no hay que perder la esperanza, pues gracias a esta Ley se pueden multiplicar el número de centros educativos públicos donde las familias encuentren una educación de calidad, una atención personalizada y la defensa del ideario que antaño se transmitía en los colegios concertados. Eso sí, a sus maestros no les quedará otra que ponerse a estudiar y las familias deberán exigir con valentía, también en la escuela pública, su derecho primigenio en la educación de sus hijos.

            Está claro que esta nueva Ley de Educación, la llamada Ley Celaá, pisotea derechos fundamentales como la libertad de educación, pero también nos ofrece la oportunidad de reconquistar un espacio público que la izquierda ha copado con una supuesta legitimidad que es del todo injusta. Y es que las personas que van con la verdad por delante son las que están “condenadas a triunfar”. Eso sí, y no hay otra, con mucho trabajo y con el descaro que la razón y el sentido común otorgan.

La otra crisis: El amargo futuro de la educación pública

            Los partidos progresistas que sostienen el Gobierno del señor Sánchez no van a aceptar ni una sola de las enmiendas presentadas por la oposición y por las asociaciones que representan a la educación privada concertada. Y así, gracias al apoyo de los grupos independentistas vascos y catalanes, aprobarán la Lomloe, también llamada “la Ley Celaá”, una nueva Ley educativa que pretende ensalzar la enseñanza pública y retirar los conciertos económicos a los centros privados.

            En la Lomloe ya no aparece el concepto de “demanda social” para conceder conciertos a todos aquellos centros privados que han sido elegidos libremente por las familias. A partir de la aprobación de esta Ley, la distribución del alumnado la realizará la administración pública, cuya primera opción será siempre completar la ratio de los centros públicos, aunque tenga que contar con los alumnos de los centros concertados cercanos. Cuando las aulas de los colegios públicos ya alcancen el número de alumnos permitido, según la etapa educativa pertinente, será cuando se concedan conciertos educativos y sólo a las aulas de los centros privados que sean necesarias para acoger a todo aquel que no encontró cabida en la pública.

            Los miembros de nuestro Gobierno andan tan ensimismados con su mayoría progresista independentista que ni se han molestado en escuchar las sugerencias de los maestros y profesores que trabajan en la educación pública. Quizá la ministra Celaá, como sus hijas ya dejaron atrás la infancia y la adolescencia, ignore cómo está la juventud de hoy en día. Y por eso, los docentes de la pública, que se las ven y se las desean para controlar clases con nueve o diez alumnos, se están echando a temblar ante el panorama de tener que dar clase a más de treinta alumnos que tienen de todo, menos ganas de atender y de aprender. Por eso, no nos extrañará ver que, tras aprobarse la Lomloe, miles y miles de maestros de la pública se manifiesten ante el Ministerio de Educación junto a esos otros miles de docentes de la concertada exigiendo su derogación.

            Que sí, que la Ley también prevé la construcción de nuevos centros educativos públicos y en un futuro lejano la ratio será menor, pero del “dicho al hecho hay un buen trecho” y más ahora que nos espera una gravísima crisis económica.

Los miembros de nuestro Gobierno andan tan ensimismados con su mayoría progresista independentista que ni se han molestado en escuchar las sugerencias de los profesionales que trabajan en los centros de educación especial. Los docentes de la pública, ante su falta de preparación terapéutica y sabedores de lo que ocurre en sus aulas hoy en día, se ven incapaces de atender con la dignidad que merecen a todos esos alumnos con necesidades varias que llegarán a sus aulas. Y es que, tal y como prevé la Ley, la mayoría de los centros de educación especial se cerrarán en el plazo de diez años.

Por eso, ante el panorama tan variopinto que les espera, no será nada extraño que las quejas más amargas a la Lomloe provengan de los funcionarios que, hasta la aprobación de esta Ley, trabajaban sin excesivos agobios en los centros públicos y con la vista puesta en su feliz jubilación a los sesenta años. Que se vayan preparando, pues gracias a Pedro Sánchez ya no les espera ni una cosa ni la otra.

La otra crisis: Las lágrimas de Sánchez

         Durante el primer confinamiento total que sufrimos, fueron muchos los que se abonaron a esas plataformas audiovisuales que ofrecen infinidad de películas y de series. Y ahí siguen la mayoría, dejando a un lado a esas cadenas de televisión que nos bombardean cada dos por tres con infinidad de anuncios publicitarios.

            Ahí está, en una de esas plataformas, la serie titulada “El desafío: ETA”. Esta nos va mostrando el reguero de sangre y de lágrimas que ha ido dejando la banda terrorista a lo largo de su nauseabunda historia. Además de ofrecernos el testimonio de las víctimas, también da voz a periodistas, policías y políticos que fueron testigos y protagonistas de la lucha contra ETA. Y aún va más allá, pues los responsables de esta serie documental han dado la oportunidad a miembros y colaboradores de la banda terrorista para que den su versión de los hechos. Unos, con signos de arrepentimiento, reniegan de su pasado tenebroso. Otros, con una prepotencia indignante, justifican la lucha armada como respuesta a “la opresión” que sufría el pueblo vasco.

            Uno de los momentos más emotivos de la serie es el capítulo dedicado a Miguel Ángel Blanco, el joven concejal del Partido Popular que fue asesinado a sangre fría por un terrorista. Su muerte removió las entrañas de toda la sociedad española y las calles se llenaron de indignación, de lágrimas y de deseos insaciables de justicia. Han pasado más de veintitrés años y aún nos conmueve recordar todo ese sufrimiento que perdura hasta el día de hoy.

Por eso recomiendo a Pedro Sánchez que saque tiempo para echar un vistazo a esta serie sobre la banda terrorista ETA, sus sanguinarias fechorías y las motivaciones sin sentido que sostenían su actividad fanática. Y si cuando llegue al capítulo de Miguel Ángel Blanco de sus ojos no sale ni una sola lágrima, será una señal cierta de que ha vendido su dignidad como persona a los ideales terroristas de ETA. Si, por el contrario, su espíritu se conmueve al contemplar aquellas escenas de indignación, ya sabe lo que tiene que hacer: romper con Bildu y convocar elecciones, tanto en Navarra como a nivel nacional.

La otra crisis: Tumbar a Sánchez

            Ante la realidad política actual, la perplejidad tendría que ser el estado normal de la mayoría de los ciudadanos españoles. Este Gobierno no lleva ni un año de legislatura y ya nos ha impuesto dos estados de alarma, con el baile de cifras de víctimas, el uso o no de las mascarillas y su IVA dichoso. También está en trámites de aprobar las leyes de memoria democrática, de eutanasia o de la “educación totalitaria”. Se ha hecho con el control de la fiscalía y de los jueces y va a establecer la censura a los medios de comunicación, y a todo ciudadano que pretenda ejercer la libertad de expresión, con un “gabinete de la verdad” novelesco.

            Y la cosa no se queda ahí, pues Sánchez e Iglesias se han aliado con Bildu, los herederos de la banda terrorista ETA y de sus objetivos secesionistas. Este Gobierno ha elegido como socios a un grupo político que pretende tumbar nuestro sistema democrático y proclamar un País Vasco independiente, marxista y laicista. Un país donde no tendrán cabida aquellas personas que piensen o hablen diferente. Un estado de terror donde se perseguirá y se expulsará a los ciudadanos que disientan del pensamiento único que Bildu impondrá por las buenas o por las malas.

            Pedro Sánchez campa a sus anchas, pues en el actual estado de alarma tiene controlada a toda la ciudadanía y el derecho al pataleo va a ser anulado por esa censura que antaño, en tiempos de la dictadura franquista, ya sufrimos los españoles. Pero esa supuesta tranquilidad presidencial no durará mucho, pues los que ahora son sus socios en la dirección gubernamental no pararán hasta conseguir su vil propósito: tumbar nuestra Constitución, acabar con nuestro Estado de derecho y, por lo tanto, poner punto final a la presidencia del señor Sánchez.

            Esto no acaba más que empezar, pues este Gobierno mal llamado progresista aún tiene tres largos años por delante para establecer, con total impunidad, las condiciones necesarias para volver a salir vencedor en las próximas elecciones generales. Y mientras tanto, a los ciudadanos no nos queda otra que ir con la verdad por delante, trabajando con honradez y siendo un ejemplo a seguir para nuestros familiares y amigos. De perores hemos salido y también de esta saldremos tarde o temprano. Ánimo y adelante.

La otra crisis: ¿Derecho al pataleo?

          Nuestro Gobierno no da puntada sin hilo y continúa ratificando leyes y normas en pleno estado de emergencia. Esto significa que la ciudadanía no puede manifestarse en las calles para protestar por la aprobación de leyes tan injustas como la de memoria democrática, la de eutanasia, la ampliación del aborto o la ley educativa de la señora Celaá.

            Alguno dirá que existe la posibilidad de recoger firmas, de organizar encuentros virtuales y hasta de utilizar los medios de comunicación para que nuestra justa indignación sea reconocida y ejerza cierto freno a esa ansia incomprensible de este Gobierno por aprobar unas leyes que expandan su ideología por doquier. Pues va a ser que no, ya que Pedro Sánchez, gracias a que goza de una mayoría parlamentaria indecente, se acaba de sacar de la manga un “ministerio de la verdad”. Y así, instaurará la censura a los medios de comunicación e impedirá que los ciudadanos ejerzan esa única herramienta democrática que nos quedaba: el derecho al pataleo.

La otra crisis: Rebeldía lingüística

            Dicen los más antiguos y progresistas del lugar que durante la dictadura franquista les estaba prohibido la utilización y el estudio de su lengua autóctona. Hasta en la hora del recreo, si un niño osaba hablar a otro en su lengua materna, si ésta no era el español, recibía la reprensión de sus maestros y la burla de sus compañeros esbirros. Pero su espíritu no se amilanó y siguieron usando con valentía, desafiantes, la lengua que los vio nacer, la que inspiraba su pensamiento y sus ideales.

            Por eso es comprensible la necesidad, el deseo imperioso, que ahora tienen esos represaliados de recuperar el tiempo perdido para que su lengua vernácula progrese y se consolide frente a ese castellano impuesto por una dictadura que duró casi cuarenta años. Y es que las tornas han cambiado y ahora son ellos los que prohíben el uso del castellano, la lengua materna de muchas familias, dentro y fuera de las aulas, en todos los espacios públicos de la administración y, todo llegará, hasta en su mismo hogar cuando reciban alguna visita inesperada.

            Por eso es comprensible que los más antiguos y progresistas del lugar, al ser sabedores del sufrimiento ocasionado por un poder dictatorial, acepten e incluso apoyen la rebeldía de los nuevos represaliados lingüísticos. Esos que tienen prohibido hablar, pensar y rezar en español, aun viviendo en la mismísima España. Ver para creer.

La otra crisis: El imparable progreso hacia el totalitarismo

           Nuestro Gobierno se siente omnipotente, pues nada ni nadie puede parar sus iniciativas ideológicas mal llamadas “progresistas”. Alguno pensaba que la gestión de la pandemia le iba a pasar factura, pero ahí está ese cálculo a la baja del número de víctimas mortales, un portavoz que acapara todas las críticas y un ministro de Sanidad que de filosofía sabe un montón, pues encuentra respuesta a cualquier cuestión que se le plantee.

            Otros pensaban que muy pronto se convocarían unas nuevas elecciones generales, pues este Gobierno formado por socialistas y comunistas está lejos de contar con una mayoría estable que le permita aprobar y derogar presupuestos y leyes a su antojo. Esos ingenuos no pensaban que Pedro Sánchez estaba dispuesto a pactar con esos partidos políticos que solo desean independizarse de España. Esos partidos formados por unos políticos que están dispuestos a quebrantar el orden constitucional, aunque para acceder a su puesto en las Cortes prometieran, casi de mofa, su sometimiento al mismo.

            Y así, gracias al apoyo de los que quieren la anarquía constitucional, el Gobierno de Sánchez sigue su ciego camino hacia el vacío existencial. ¿Y qué hace la oposición? Nada es lo que puede hacer, pues no cuenta con los votos suficientes para cambiar ni una coma de ley alguna. Y así andan, probando estrategias nuevas, resituándose en el espectro político o amenazando al Gobierno con innumerables demandas al Tribunal Supremo, al Constitucional y al de Derechos Humanos de Estrasburgo.

Pero resulta que a este Gobierno no le para los pies nada ni nadie. Controla la fiscalía, a los jueces, la memoria “democrática” y hasta la vida y la muerte de niños y ancianos. Impondrá su ideología única en la educación y se ha autoproclamado el defensor de la única verdad: la suya. Desde ahora, algún miembro de este Gobierno decidirá lo que los medios de comunicación pueden o no hacer público. Y, claro está, toda crítica a su labor quedará censurada y sólo podremos escuchar y leer alabanzas y loas a su terrorífica gestión.

Aunque parezca increíble, todavía faltan tres largos años para que se convoquen, o no, las próximas elecciones generales. Y al ciudadano de a pie, confinado durante los próximos seis meses, no le queda otra que reflexionar para llegar a una conclusión: no siempre lo que decide la mayoría es lo mejor, lo verdadero. Y aún puede ir un poco más allá en su reflexión: el resultado en las próximas elecciones puede ser el mismo o aún peor. Entonces, ¿qué hacemos? Pues preocuparse por ser personas excelentes y tratar de que los que estén a nuestro alrededor sigan el buen ejemplo. El camino es largo y el sufrimiento será intenso, pero a buen seguro que la verdad, esa que nos hace libres, volverá a brillar más pronto que tarde. ¡Claro que sí!