La otra crisis: El imparable progreso hacia el totalitarismo

           Nuestro Gobierno se siente omnipotente, pues nada ni nadie puede parar sus iniciativas ideológicas mal llamadas “progresistas”. Alguno pensaba que la gestión de la pandemia le iba a pasar factura, pero ahí está ese cálculo a la baja del número de víctimas mortales, un portavoz que acapara todas las críticas y un ministro de Sanidad que de filosofía sabe un montón, pues encuentra respuesta a cualquier cuestión que se le plantee.

            Otros pensaban que muy pronto se convocarían unas nuevas elecciones generales, pues este Gobierno formado por socialistas y comunistas está lejos de contar con una mayoría estable que le permita aprobar y derogar presupuestos y leyes a su antojo. Esos ingenuos no pensaban que Pedro Sánchez estaba dispuesto a pactar con esos partidos políticos que solo desean independizarse de España. Esos partidos formados por unos políticos que están dispuestos a quebrantar el orden constitucional, aunque para acceder a su puesto en las Cortes prometieran, casi de mofa, su sometimiento al mismo.

            Y así, gracias al apoyo de los que quieren la anarquía constitucional, el Gobierno de Sánchez sigue su ciego camino hacia el vacío existencial. ¿Y qué hace la oposición? Nada es lo que puede hacer, pues no cuenta con los votos suficientes para cambiar ni una coma de ley alguna. Y así andan, probando estrategias nuevas, resituándose en el espectro político o amenazando al Gobierno con innumerables demandas al Tribunal Supremo, al Constitucional y al de Derechos Humanos de Estrasburgo.

Pero resulta que a este Gobierno no le para los pies nada ni nadie. Controla la fiscalía, a los jueces, la memoria “democrática” y hasta la vida y la muerte de niños y ancianos. Impondrá su ideología única en la educación y se ha autoproclamado el defensor de la única verdad: la suya. Desde ahora, algún miembro de este Gobierno decidirá lo que los medios de comunicación pueden o no hacer público. Y, claro está, toda crítica a su labor quedará censurada y sólo podremos escuchar y leer alabanzas y loas a su terrorífica gestión.

Aunque parezca increíble, todavía faltan tres largos años para que se convoquen, o no, las próximas elecciones generales. Y al ciudadano de a pie, confinado durante los próximos seis meses, no le queda otra que reflexionar para llegar a una conclusión: no siempre lo que decide la mayoría es lo mejor, lo verdadero. Y aún puede ir un poco más allá en su reflexión: el resultado en las próximas elecciones puede ser el mismo o aún peor. Entonces, ¿qué hacemos? Pues preocuparse por ser personas excelentes y tratar de que los que estén a nuestro alrededor sigan el buen ejemplo. El camino es largo y el sufrimiento será intenso, pero a buen seguro que la verdad, esa que nos hace libres, volverá a brillar más pronto que tarde. ¡Claro que sí!

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