La otra crisis: Revolución o segregación

            La disposición adicional cuarta de la LOMLOE aborda la evolución de la escolarización del alumnado con necesidades educativas especiales. La idea es dotar a los centros ordinarios de las herramientas y del personal docente especializado necesario para atender de forma eficaz a los niños con diversidad funcional. Se trata, tal y como se indica en el artículo 74 de la ley respecto a la evaluación del grado de consecución de los objetivos establecidos, de “proporcionar la orientación adecuada y modificar la atención educativa prevista, así como el régimen de escolarización, que tenderá a lograr la continuidad, la progresión o la permanencia del alumnado en el más inclusivo”.

El Gobierno pretende poner en práctica, y así lo indica de forma explícita en la misma Ley, el artículo 24.2.e) de la Convección sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad de Naciones Unidas. El artículo 24 empieza diciendo lo siguiente: “Los Estados Parte reconocen el derecho de las personas con discapacidad a la educación. Con miras a hacer efectivo este derecho sin discriminación y sobre la base de la igualdad de oportunidades, los Estados Parte asegurarán un sistema de educación inclusivo a todos los niveles, así como la enseñanza a lo largo de la vida”. Y más adelante se indica que se ha de asegurar que “las personas con discapacidad puedan acceder a una educación primaria y secundaria inclusiva, de calidad y gratuita, en igualdad de condiciones con las demás, en la comunidad en que vivan”.

            Y la cosa no queda ahí, pues esta Ley también pretende hacer cumplir el cuarto Objetivo de Desarrollo sostenible de la Agenda 2030: “Garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad y promover las oportunidades de aprendizaje durante toda la vida para todos”.

            Esta nueva ley educativa insiste en la equidad, en la inclusión, en la no discriminación. Pese a todo, trata de evitar el calificativo de “segregada” para denominar a las escuelas que hoy en día atienen al alumnado con necesidades educativas diversas. Porque en el fondo esto es lo que piensan algunas familias cuando se les sugiere que saquen a sus hijos de un centro ordinario para que los atiendan “mejor” en otro sitio.

            Esta ley pretende llevar a la práctica los acuerdos internacionales y las demandas de muchas familias, tomando como base y referencia el articulado de la LOE del año 2006 y centrándose en las adaptaciones, en los refuerzos y en las ayudas que han de recibir los alumnos con necesidades diversas para lograr esa ansiada inclusión. Pero el currículo es el mismo. Y tampoco cambia con esta ley la forma de evaluar, la agrupación del alumnado, la disposición de las aulas, la metodología de trabajo, el plan de formación de los futuros docentes o la formación permanente de los que ya lo son. No se dice nada del papel imprescindible de los compañeros de aula de estos niños con necesidades diversas y que será fundamental si queremos pasar de una inclusión formal a una integración real.

            Por eso, tal y como opinan ya algunas familias implicadas, lo que de verdad necesitamos para que esa inclusión sea real es una auténtica revolución en nuestro sistema educativo. Una revolución que la LOMLOE no trae, pues es más de lo mismo con una mayor inversión en personal docente y en la adaptación material de las aulas.

            Por eso, visto lo visto desde la implantación de la LOE, será mejor que las cosas se queden como están y que los niños con necesidades diversas permanezcan escolarizados en sus colegios. Pues si ahora esa segregación sólo afecta a los centros escolares especiales en su conjunto, en el plazo de diez años se dará de forma masiva dentro de las aulas de los centros escolares ordinarios.

La otra crisis: Vínculos ideológicos

            Más de uno aún se preguntará por qué la ministra de Educación, la señora Celaá, afirmó en su día que “no podemos pensar de ninguna de las maneras que los hijos pertenecen a los padres”. Pues en el preámbulo de la nueva ley educativa podemos encontrar la respuesta: “Entre los principios y los fines de la educación, se incluye el cumplimiento efectivo de los derechos de la infancia según lo establecido en la Convención sobre los Derechos del Niño de Naciones Unidas”. Es decir, la Administración se otorga el papel de protector y defensor de los derechos de la infancia, pasando por encima del derecho y el deber de los padres de educar a sus hijos tal y como dice la Constitución, el derecho natural y el sentido común.

            Los padres, que trajeron a la existencia a sus hijos, son los primeros que desean lo mejor para ellos. El afecto y el cariño mutuo entre padres e hijos crean una serie de vínculos que son imprescindibles para no desfallecer en la ardua tarea de la formación continua y el crecimiento personal. Ese vínculo afectivo, esa motivación que nace de un amor que es recíproco, no existe entre la Administración y los infantes ni, en más de un caso, entre los docentes y los discentes. Entonces, ¿de dónde nace ese afán por defender supuestamente los derechos de los niños, aun pasando por encima de la autoridad legítima de sus padres? Porque si los vínculos existenciales y afectivos son inexistentes, si no se tiene en cuenta el parecer de sus padres, solo cabe pensar en la existencia de un interés ilícito por parte de este Gobierno: la imposición ideológica.

            La ideología que impregna a nuestros gobernantes otorga a los deseos y a las ocurrencias el rango de ley, aunque su fundamentación sea falsa y alejada de la realidad. Porque, por ejemplo, uno de los derechos que esta Administración otorga a los infantes es el poder cambiar de sexo si así lo desea el menor. Y como la ley sentencia que el Estado ha de velar por “el cumplimiento efectivo de los derechos de la infancia”, los padres no tienen nada que decir al respecto. Y esta injusta e incomprensible imposición se da porque este supuesto derecho solo se sostiene por el deseo, por el capricho del momento, y no tiene ninguna fundamentación científica. Como el argumento del deseo no se sostiene y es indefendible, se ha de imponer para que se pueda hacer efectivo.

            Y lo más triste de este “derecho infantil a cambiar de sexo” es la burda manipulación que sufren muchos niños, sin que sus padres puedan hacer nada por evitarlo. Una manipulación que bendice y promueve la Administración y que oculta a los menores una cruda realidad: el cambio de sexo les va a impedir el ser padre o el ser madre en el futuro.

Los supuestos defensores de los derechos de los niños, cuya vinculación con los mismos solo es ideológica, argumentarán que el sufrimiento de los infantes que no se identifican con su sexo es insoportable y que por eso no cabe pensar en las consecuencias irreversibles de su decisión. Pues resulta que, para combatir la ansiedad infantil, si ésta se diera por un deseo irracional de cambiar de sexo, existen los ansiolíticos. Y como esa decisión va a provocar una esterilidad irreversible en su adultez, lo mejor será esperar a que ese niño sea mayor de edad y pueda sopesar la conveniencia o no de un cambio de sexo que le va a marcar de por vida. ¿No creen?

La otra crisis: ¿Una inclusión sin integración?

            La experiencia de la vida nos demuestra que una cosa es la teoría y otra muy distinta es la práctica, que una cosa es redactar desde un despacho un listado de normas muy deseables y otra que éstas se puedan llevar a la práctica en un centro educativo.

            Y es que ya tenemos vigente la nueva ley de Educación, la llamada Lomloe o Ley Celaá, con ese deseo explícito de instaurar la inclusión educativa y de integrar al alumnado de los centros de educación especial en los centros ordinarios. Y si una cosa es la teoría y otra es la práctica, la diferencia es todavía mayor si esa teoría no se basa en la realidad de las cosas. Y la realidad más palpable es que el papel de las familias de esos alumnos con necesidades especiales es primordial e imprescindible. Y a esas familias no se les ha consultado si les parece bien o mal esa medida prevista por la ley y tampoco van a tener la posibilidad de impedir que sus hijos cambien de centro cuando lo dictamine la Administración.

            Otra realidad, que tampoco se aprecia desde un despacho, es que los maestros de los centros ordinarios, en su inmensa mayoría, no están preparados para atender con garantías de éxito a todos esos niños con unas necesidades diferentes al resto de los alumnos de la clase. Y a esto hay que añadir que, por culpa de la situación económica, tampoco va a ser posible contratar a los miles de docentes especializados que van a hacer falta para que esa inclusión se convierta en una posible integración. Porque incluir en las aulas ordinarias a todos esos alumnos, distribuir sin más, se podrá hacer si se realiza una planificación correcta. Pero otra cosa va a ser que esos alumnos logren integrarse en la vida escolar, pues la realidad, ésa que no se ve desde el despacho ministerial, nos demuestra que los docentes siempre están por la labor, pero que los alumnos, sobre todo los de Infantil y los del primer ciclo de Primaria, suelen ignorar y dejar a un lado a los niños con los que no pueden interactuar en sus juegos. Y es que en este caso nos encontramos con la barrera de la inmadurez afectiva de estas edades y el desuso de su razón.

            Sería una grata noticia que dentro de algunos años pudiéramos felicitar a la ministra Celaá por el éxito de esta iniciativa de inclusión e integración de niños con necesidades especiales en centros ordinarios. Pero aún sería más de agradecer, si se diera el caso de no poder poner en práctica su teoría, que se permitiera a las familias implicadas elegir con libertad si prefieren que sus hijos vayan a uno o a otro centro escolar. ¿No les parece?

La otra crisis: Padres, maestros y ángeles

            Una vez pasado el tiempo establecido, veinte días desde su publicación en el Boletín oficial del Estado, entra ya en vigor la nueva ley educativa, la LOMLOE de la ministra Celaá. También empieza la cuenta atrás para que el alumnado de los centros de educación especial se integre en los centros ordinarios y, de ese modo, impere la igualdad en todo nuestro sistema educativo. Parece ser, y este es uno de los argumentos que esgrime nuestro Gobierno, que si se mantienen abiertos esos centros especiales se perpetúa la discriminación y se fomenta la creación de guetos educativos.

            La nueva ley insiste una y otra vez en la calidad y la equidad. Nuestro sistema educativo alcanzará la calidad deseable si tenemos en cuenta las necesidades personales de cada uno de los discentes. Por eso, si los centros ordinarios han de acoger al alumnado de los centros especiales, se ha de incrementar la plantilla docente en todos los centros educativos. Un alumno con necesidades especiales, si queremos que saque provecho y que no se disperse ni paralice la marcha de una clase ordinaria, necesitaría tener a su lado y en todo momento a un maestro que le supervise. Solo así se pondrá en marcha esa equidad que la ley persigue y, en suma, aumentará la calidad de nuestro sistema educativo.

            La LOMLOE también habla de ejercer la solidaridad. Es bien cierto que los alumnos de los centros ordinarios van a tener la oportunidad de agrandar su corazón al ser conscientes de la realidad distinta de alguno de sus compañeros de pupitre. Es más que seguro que los tutores acogerán con los brazos abiertos a todos esos niños y que se preocuparán para que se integren en la clase junto a todos los demás. Hablarán con cada uno, sobre todo con los líderes del grupo, para que los hagan partícipes de sus juegos y les ayuden en sus tareas escolares.

            Sí, así será cuando los alumnos sean capaces de razonar y puedan desarrollar una empatía que no aparecerá hasta los 10 u 11 años. ¿Y qué hacemos hasta entonces? ¿Qué hacemos mientras estos niños de educación especial estén en Infantil y en los primeros cursos de Primaria y sientan el rechazo y la indiferencia de sus compañeros?

            Es muy loable que esta ley educativa persiga la integración, la igualdad, la calidad y la equidad, pero ha de partir de tres realidades:

1) Hay que contar con el parecer de las familias, pues su papel es primordial y fundamental en toda labor educativa.

2) Estamos inmersos en una crisis económica que imposibilitará la contratación de decenas de miles de docentes.

3) Los alumnos de los centros ordinarios no son ángeles.

La otra crisis: Las sinrazones de la LOMLOE o el cuento de nunca acabar

            La nueva ley de Educación ya ha sido publicada en el Boletín Oficial del Estado del pasado 30 de diciembre. Y es que nuestro Gobierno se ha marcado unos plazos irrenunciables para que sus leyes estrella se apliquen lo antes posible: la ampliación del aborto, la eutanasia, la memoria democrática, la reforma judicial, la censura política a los medios de comunicación, los indultos sin arrepentimiento, el cambio de las penas por una condena por sedición, el acercamiento de los presos etarras… y la ley de la ministra Celaá.

            En el preámbulo de la ley de Educación se argumentan las razones que han llevado a este Gobierno a derogar la LOMCE, esa ley que el ministro Wert sacó adelante sin contar tampoco con las aportaciones de los partidos de la oposición. Es curioso, pero visto cómo se ha tramitado esta ley y las reacciones adversas que ha provocado entre la comunidad educativa, se podrá utilizar el mismo argumento en la próxima ley educativa para justificar la derogación de la ley actual. Dice así: “Puede afirmarse que dicha ley (la LOMCE del PP) representó una ruptura del equilibrio que se había alcanzado en la LOE entre diferentes visiones y planteamientos acerca de la educación que deben necesariamente convivir en un sistema democrático y plural”. Más claro, agua.

            Pero para que nadie pueda agarrarse a lo que acabamos de leer, el texto de la ley muestra dónde se ha roto el equilibrio que hace inservible esa ley del presidente Rajoy: las trayectorias o itinerarios académicos de desigual valor, las evaluaciones externas (que nunca se aplicaron por la rebeldía de la oposición), el modelo curricular basado en la diferenciación de materias troncales, el uso de los estándares de aprendizaje que acaba con el tradicional diseño curricular, la limitación en la participación colegiada de la comunidad educativa a favor del equipo directivo, la especialización curricular de los centros educativos, la limitación de la capacidad de decisión de las Comunidades Autónomas en la regulación de las materias, las metodologías, las evaluaciones de diagnóstico, la ordenación de las enseñanzas, la promoción de curso o la titulación.

            Tras leer las razones que esta ley da para derogar la LOMCE, uno se hace esta pregunta: ¿De verdad son estas pocas medidas las que han impedido que nuestro sistema educativo alcanzara la calidad deseada y esperada por toda la comunidad educativa?

            Y como ocurrió al principio, la misma LOMLOE da las razones para que el próximo Gobierno justifique su futura derogación y la aprobación de una nueva ley: “La LOMCE (al igual que ahora la LOMLOE) recibió muchas críticas y suscitó no poca controversia en el ámbito social y educativo, siendo muchas las personas y organizaciones que solicitaron su reversión. Los conflictos suscitados han llevado incluso a la no aplicación de las principales medidas propuestas en dicha Ley (ahora que no se quejen si les pagan con la misma moneda) (…) En consecuencia, parece necesario proceder a revertir los cambios promovidos por la LOMCE, especialmente aquellos que encontraron mayor oposición”. Leer para creer.

La otra crisis: Al servicio de la verdad

            Ya llegó el año 2021, el año del principio del fin de esta terrible pandemia gracias a las vacunas y al mantenimiento de esas medidas de higiene y prevención.

            También este año vamos a estrenar una nueva ley de Educación que, al igual que la Lomce del Partido Popular, consta de un solo artículo y mantiene la estructura de la Loe del presidente Zapatero con algunas modificaciones y ampliaciones.

            La Lomloe, también llamada ley Celaá por ser el apellido de la ministra de Educación, insiste en los postulados de siempre, y que aparecen en todas las leyes habidas y por haber, y añade algunos que son marca de la casa: calidad, equidad, igualdad, perspectiva inclusiva, no sexista y de género o una libertad que será “adecuada y equilibrada” según los criterios que la ley establece.

            Este año 2021, que ya ha echado a rodar, pasará a la historia si las vacunas logran frenar la pandemia y si los postulados que la ley de Educación establece sirven a la verdad y se basan en la realidad de las cosas, y no en meros pareceres, sentimientos u ocurrencias recargadas de la ideología de los deseos hechos ley.

La otra crisis: Supremacía progresista

            La Historia es maestra de vida y por eso es conveniente que no se descuide su estudio en el currículo que se desarrollará tras aprobarse la nueva ley de Educación. Y así, si somos capaces de escarmentar de los errores cometidos en el pasado, avanzaremos por el buen camino de tratar a cada persona con la dignidad que se merece.

            Sirva de ejemplo los recursos humanos y materiales empleados por los nazis para demostrar que la raza aria era superior y que las otras estaban formadas por seres subhumanos, merecedores de sufrir la marginación y el exterminio. Y así, para hacer creíble sus teorías racistas, trataron de fundamentar su ideología supremacista bajo un marco pseudocientífico que logró seducir y manipular la voluntad del pueblo alemán. Hoy en día, nos parece inexplicable y terrible que por culpa de estas teorías fundamentalistas fueran torturadas, esclavizadas y asesinadas más de seis millones de personas.

            Servirá de ejemplo los recursos humanos y materiales que está empleando nuestro Gobierno para demostrar que sus leyes del aborto y de la eutanasia se fundamentan en la verdad suprema y que nada ni nadie tiene el derecho de ponerlas en duda. Y así, para hacer creíble estas teorías disparatadas, tratarán de prestigiarlas subvencionando líneas de investigación en programas de doctorado e instituyendo nuevas asignaturas en los grados y másteres universitarios. En un futuro próximo, a las nuevas generaciones de españoles les parecerá inexplicable y terrible que por culpa de estas leyes fundamentalistas no llegaron a nacer millones de españoles y que otros muchos dejaron esta vida de forma arbitraria antes de hora.

La otra crisis: Volver a la cultura de la vida

            Finalizó ya el año 2020, no sin que antes el Gobierno aprobase y publicase en el Boletín Oficial del Estado la nueva Ley de Educación. Ése ha sido el aguinaldo que ha regalado a toda la comunidad educativa y los deberes que ha impuesto a los docentes para este año 2021. Ahí se ve la confianza que nuestro Gobierno tiene en la eficacia de las vacunas que todavía están por administrar. Y es que, según da a entender esta actitud legislativa exprés, la pandemia y los contagios estarán más que superados antes de que finalice el presente curso. Por eso, y por mucho más, ven factible que la comunidad educativa esté predispuesta y con ganas de poner en marcha una nueva ley el próximo mes de septiembre.

            Visto el optimismo vital de nuestros políticos, no estaría mal que apostaran aún más por la vida y aseguraran el puesto de trabajo presente y futuro a miles de docentes de la enseñanza pública y privada. ¿Cómo? Pues fomentando la generosidad y el espíritu de sacrificio entre los discentes y sus familias. Apoyando de forma explícita la natalidad, aunque esto signifique reconocer implícitamente que la unión entre una mujer y un hombre es la más fecunda y estable que existe.

            La política con mayúsculas ha de tener altura de miras y ver más allá de los cuatro años que dura una legislatura. Por eso, si la Lomloe prevé la construcción de nuevos centros educativos, también debería buscar la forma de conseguir llenar esas aulas sin perjudicar a los colegios concertados. ¿Cómo? Pues muy sencillo: poniendo en práctica el consejo del párrafo anterior y derogando esa Ley del aborto que ha impedido la escolarización de más de dos millones de niños españoles en los últimos treinta y cinco años. Que el señor Iglesias haga números y comprobará que, de tomar esa medida de puro sentido común, sí le salen las cuentas para la construcción de todas esas escuelas públicas que tanto ansía.