La otra crisis: Un golpe de mano electoral

           Más de una persona se ha quedado perpleja tras escuchar las manifestaciones de Pablo Iglesias, vicepresidente del gobierno, acusando a Vox de pretender efectuar un golpe de Estado. Unas acusaciones que horas después han sido refrendadas y ampliadas por la ministra de Igualdad, Irene Montero. De ese modo ha quedado constancia pública de que su relación marcha bien, pues existe una buena sintonía entre los dos. Es imprescindible que se dé una fluida comunicación entre los cónyuges para que la paz reine en el seno familiar. Seguro que muchas personas están más que contentas al verlos tan bien avenidos y más aún pensando en lo beneficioso que esto resultará para la buena educación de su prole.

            Hace ya más de cuarenta años que vivimos en democracia y que podemos elegir libremente a nuestros representantes políticos. Si echamos la vista atrás, no encontraremos un caso como el de Pablo e Irene, marido y mujer sin papeles, pero con chalé compartido y tres hijos en común, que forman parte del Consejo de Ministros del Gobierno de España. Un hombre y una mujer de un partido minoritario que han llegado a lo más alto sin contar con el apoyo de la mayoría de los españoles, tras un golpe de efecto de Pedro Sánchez por un deseo inconmensurable de pasar a la historia.

            Pues resulta que Irene y Pablo están equivocados, aunque no se lo vamos a tener en cuenta. Su formación y profesión quedaron en un segundo plano muy pronto por culpa de la política y, por su juventud, tampoco recordarán el miedo y la angustia que los españoles sintieron durante el golpe de Estado de Tejero. No, Pablo. No, Irene. Aquí nadie va a perpetrar un nuevo golpe violento contra nuestra democracia, pues el sentido común se impone en el ideario político de los partidos de la oposición. Lo que sí que esperamos con anhelo es un golpe de mano, con el voto por delante, en las próximas elecciones generales. Y ahí sí que nos tendréis que demostrar que sois unos demócratas convencidos y que sabéis aceptar la derrota con deportividad, sin dar “golpes de calle” y alentar a las masas para que se parapeten frente a las sedes de vuestros adversarios. Ahí, asumiendo el paso a la bancada de la oposición tras las próximas elecciones, querremos ver la dialéctica pacífica y pomposa de Pablo y la enérgica defensa de la libertad de Irene. No nos defraudéis, por favor.

La otra crisis: El golpe de Iglesias

          Uno se queda perplejo cuando ve y escucha las patéticas actuaciones teatrales de nuestro vicepresidente segundo, el señor Pablo Iglesias. Siempre utiliza la misma táctica: ante una justa acusación de algún miembro de la oposición, reacciona con indignados aspavientos y contrataca con un cabreo simulado que le ayuda a escurrir el bulto. Más que enfadarse por semejante desfachatez, uno se partiría de la risa si no fuera por la gravedad de la situación y por el grado de responsabilidad que tiene este destacado miembro del gobierno progresista.

            Los españoles que votaron a Pedro Sánchez en las pasadas elecciones lo hicieron porque confiaron en su palabra: jamás establecería una coalición de gobierno con los populistas, pues Pablo Iglesias le quitaba el sueño a él y al 95% de la ciudadanía, y nunca pactaría con Bildu, ese partido que sigue sin condenar los atentados de la banda terrorista ETA. El presidente Sánchez ha faltado a su palabra, ha traicionado la confianza que millones de españoles le brindaron con su voto, y por eso tendría que presentar su dimisión y devolver la credibilidad a la clase política.

            Y mientras esto ocurre, ahí tenemos al vicepresidente segundo sembrando la crispación al acusar a la oposición de tener unos deseos golpistas que, según su experto parecer, solo su cobardía lograría frenar. Sí, y para que nadie tenga ninguna duda de qué va esto, también apareció la solidaridad de la portavoz de Bildu que lamentaba los ataques dialécticos que Iglesias recibió por parte del Partido Popular.

Los malos augurios de Sánchez se están cumpliendo y lo que antes era un mal sueño se está convirtiendo ahora en una terrible pesadilla. Una pesadilla que ya será a sabiendas si Sánchez vuelve a ganar en las próximas elecciones generales. Porque ahora los españoles no somos culpables de tener este gobierno rompecabezas. Un gobierno que, en palabras pretéritas de Sánchez, no tendría que haber existido jamás. Pero esa disculpa desaparecerá si los votantes socialistas se dejan embaucar otra vez por los cantos de sirena en la próxima convocatoria electoral. Entonces sí que tendremos lo que nos merecemos y, sin necesidad de un golpe de Estado, quizá ya para siempre.

La otra crisis: La renta vital del desaliento

            El señor Iglesias está empeñado en desbaratar la vida de cientos de miles de españoles con una paga mínima que conseguirá apalancar a muchos de ellos en la mediocridad y, en el peor de los casos, en una profunda y perpetua desazón.

            Esta pandemia nos ha sumido en una profunda crisis económica y por eso es comprensible y deseable que el Gobierno apruebe una ayuda puntual a las personas que necesitan un empujón para salir adelante y valerse por sí mismas. Eso está muy bien, pero no podemos olvidar que somos animales de costumbres y que nos podemos habituar a ir tirando, sin preocuparnos de buscar trabajo o de estudiar, si nos aseguran esa renta mínima de forma vitalicia.

Señor Iglesias, bien sabe usted que el trabajo dignifica a las personas, pues nos obliga a cumplir un horario, a seguir unas normas, a saber obedecer y a saber mandar, a utilizar el ingenio y perfeccionar nuestras destrezas con la práctica y el estudio. En cambio, cuando uno no tiene una ocupación laboral y su único afán diario es ver qué echan por la televisión o tomarse una cerveza en el bar de la esquina, la insatisfacción “vital” será cada vez mayor. ¿Es eso lo que busca, señor Iglesias? ¿La desconexión de la realidad de la mayoría de los españoles y la dependencia de sus limosnas para perpetuarse en el poder?

Si este Gobierno desea de verdad el bienestar de sus ciudadanos, no se contentará con asignarles una renta miserable, sino que se esforzará para que el mercado laboral se amplíe constantemente y la cifra de parados sea cada vez menor. Ya está bien de ningunear a la ciudadanía, de tratarla con un camuflado desprecio como si fuera un rebaño de vagos redomados. Los españoles quieren trabajar y están dispuestos a ganarse el pan con el sudor de su frente, al igual que usted, señor Iglesias. ¿No cree?

La otra crisis: ¿Un Gobierno para mercenarios?

           Algunos no salen de su asombro ante la desfachatez y falta de escrúpulos de un Gobierno que trata de acallar las críticas comprando la voluntad de los españoles. Esta es una señal clara de su soberbia, del desprecio intelectual que demuestra a la ciudadanía con esa “paga mínima mortal” que nos permitirá ver el fútbol y tomar una cerveza en el bar, aunque después tengamos que recurrir a la caridad para poder comer.

            Este Gobierno encuentra justificación para todos sus errores, para todos sus cambios de criterio, para todas sus decisiones arbitrarias e injustas. No asume ninguna responsabilidad y escurre el bulto con descaro, sin reparo alguno. Tiene claro que ha llegado para perpetuarse gracias a unos pactos indignos, unas amenazas cumplidas y unas voluntades compradas.

            El ministro Marlaska acaba de destituir al coronel Pérez de los Cobos, jefe de la guardia Civil en Madrid, tras el envío de un informe realizado por la benemérita a la juez que investiga la autorización de actos multitudinarios días antes de la declaración del estado de alarma. Pero no, el ministro dice que la causa de su cese no es su negativa del coronel a facilitarle el contenido de dicho informe, sino a una “redistribución de equipos”. ¿Por eso mismo también ha presentado su dimisión el número dos de la Guardia Civil, el teniente general Laurentino Ceña?

            Este Gobierno no da puntada sin hilo y desde su atalaya de arrogancia está convencido de su poderío ideológico, de su capacidad para doblar la voluntad de todo el pueblo español, ya sea con hiel, con ceses y expropiaciones, o con miel, con pagas ridículas y aumentos de sueldo. Por eso, para calmar los ánimos de los que se niegan a aceptar la injusta destitución de Pérez de los Cobos, no ha tardado ni veinticuatro horas en aprobar la equiparación salarial de la Policía Nacional y la Guardia Civil con el resto de las policías autonómicas. Es indignante el ninguneo, el puro desprecio, que este Gobierno está ejerciendo sobre toda la ciudadanía. Y lo peor de todo es que este maltrato se perpetuará si los españoles le damos la razón en las próximas elecciones. De ti depende que esto no pase. ¿No crees?

La otra crisis: Discriminación en el deporte femenino

          Los deseos son una cosa y la realidad es otra cosa bien distinta. Uno puede sentir un dolor agudo en la espalda y pretender que un comité médico le conceda cierto grado de discapacidad. Pero ese deseo, por muy interiorizado que uno lo tenga, no se hará realidad si el médico descubre que la causa de ese dolor es una distensión muscular que tiene fácil remedio.

            El problema surge si el sujeto en cuestión recibe el apoyo de algún grupo influyente con poder para presionar a los políticos de turno y consigue que legislen para que la distensión muscular de espalda sea considerada como una enfermedad incapacitante.

            El problema se agranda porque los sentimientos son imprevisibles y de éstos fluirán nuevos deseos que, por obra de esos mismos grupos de presión, también tendrán que convertirse en derechos ratificados por las leyes. Y por eso, esa misma persona que ha obtenido de forma legal, pero inmoral, su certificado de discapacidad, podrá exigir que se le incluya en la lista de seleccionados para participar en los próximos Juegos Paralímpicos de Tokio 2021. Pero claro, su elección supondrá que otra persona con diversidad funcional certificada y real quede fuera de la convocatoria. También, durante la competición, quedará en evidencia su superioridad sobre el resto de los competidores si, el día de antes, le ha dado por ir al fisioterapeuta o por tomarse un paracetamol.

            Los sentimientos están siempre a flor de piel, los deseos van y vienen, pero la realidad nos pone a cada uno en su lugar. Por eso cada vez son más las deportistas que se niegan a competir contra hombres que se sienten féminas, por mucho que la ley se lo permita, pues éstos mantienen una fortaleza física inalcanzable para sus rivales. Da igual que los transexuales tomen hormonas femeninas, pues gracias a su estructura ósea y muscular, cuando entrenan en igualdad de condiciones que las mujeres, su rendimiento siempre es superior. Esto es tan evidente en las competiciones femeninas como lo es en las masculinas, pues son más bien pocas las mujeres que, tras decidir cambiar de sexo y hormonarse, puedan competir en igualdad de condiciones contra los demás deportistas. Y es que, como muy bien dice el refranero popular, “aunque la mona se vista de seda, mona se queda”.

La otra crisis: Perversión democrática

            Tras renacer de sus propias cenizas, alcanzó el liderazgo de su grupo político y hasta llegó a publicar un libro donde contaba su particular y resistente lucha por hacerse valer. Se presentó a las elecciones con la esperanza de obtener una mayoría absoluta que le permitiera imponer su ideología a toda la sociedad, pero la ciudadanía no le otorgó su plena confianza. De todos modos, su partido fue el más votado y gracias a una coalición con los conservadores nacionalistas, y también a las falsas promesas que hizo a sus contrincantes, alcanzó la presidencia del Gobierno. Con la excusa de proteger al estado de derecho de una amenaza cierta, anuló a las demás fuerzas políticas e impuso su propaganda acallando a los medios de comunicación y a los grupos sociales y religiosos contrarios. Y partir de ahí, el terror.

            Algunos pensarán que me estoy refiriendo al pasado, presente y posible futuro de Pedro Sánchez, nuestro actual presidente del Gobierno. Pues no. Acabo de exponer el ascenso al poder, gracias al sistema democrático alemán y a la propaganda nazi, de Adolf Hitler.

            Aprendamos de la historia y tengamos claro que la perversión, disfrazada de emergencia social, también puede ser respaldada por una mayoría simple en unas elecciones democráticas. Y que sus leyes, aunque tengan el respaldo de la legalidad gubernamental, pueden ser malévolas y alejadas de la verdad. De ahí la importancia de mantener con firmeza la separación e independencia de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. Y el que no lo tenga claro, como es el caso de algún miembro de nuestro Gobierno, que se marche a su casa. ¿No creen?

La otra crisis: Las tardías caceroladas conservadoras

            Nuestro Gobierno progresista se ha acomodado muy pronto en la poltrona del poder y, pese a su irregular gestión de la pandemia, hasta las encuestas de intención de voto le son favorables. Y es que, antes de tomar una decisión intrascendente desde el punto de vista ideológico, trata de ver qué rédito político le va a proporcionar marcar un camino u otro y qué pretextos ha de esgrimir para justificarse si yerra. En cambio, cuando se trata de imponer su ideología de izquierda mediante normas y leyes, no se para a pensar nada, sino que trata de acelerar el proceso para que esté vigente cuanto antes y con la única justificación del “ordeno y mando porque sí”.

            El regodeo mandatario de este Gobierno le ha hecho olvidar el pasado reciente de sus dirigentes. Ya no se acuerdan de los asedios a las sedes del Partido Popular, de sus asentamientos en pleno centro de Madrid, de sus proclamas exaltadas contra las supuestas mentiras de los gobernantes conservadores o su moción de censura a Rajoy tras hacerse pública una sentencia por un caso de corrupción.

Por eso ahora, cuando ya han transcurrido más de dos meses desde que Sánchez decretara el estado de alarma sanitaria, les ha pillado por sorpresa esas concentraciones ciudadanas que protestan contra su gestión de esta terrible crisis. Pensaban que sólo ellos podían tomar las calles y que nadie más lo haría mientras ostentaran el poder los únicos defensores posibles del pueblo llano.

La paciencia de muchos españoles se ha agotado tras más de sesenta días contemplando con impotencia las idas y venidas del Gobierno, sus decisiones arbitrarias y ajustadas a lo políticamente correcto, justificando una cosa y la contraria en cuestión de horas sin importarle quedar mal ante la opinión pública. Y ahí está la gran cacerolada que, cada vez en más ciudades, exige a Sánchez su dimisión y la convocatoria de elecciones. Una petición de dimisión que se basa sobretodo en la incompetencia e incapacidad de este Gobierno y menos en una mala fe que no se ha de presuponer por simple sentido común.

La otra crisis: Adiós al espíritu crítico

            Algunas personas creen, sobretodo cuando son los de su cuerda los que ostentan el poder, que todo lo que el Gobierno dice y hace está bien, pues es infalible e incapaz de tomar una mala decisión, a sabiendas o no. Y por eso, para ser coherentes con su línea de pensamiento, tragan con leyes como la del aborto, la ideología de género, la eutanasia, el divorcio exprés, el matrimonio homosexual o la memoria histórica. Es más, se dejan embaucar por el discurso ideológico del Gobierno, que afirma que esas leyes eran necesarias porque defienden derechos fundamentales de la ciudadanía. Aceptan sin rechistar, también porque andan faltos de formación, y miran hacia otro lado cuando las meteduras de pata del Ejecutivo son más que evidentes.

            Esa gente sin criterio, que diviniza el poder terreno que han alcanzado los suyos, influye sobremanera en los demás cuando disfrutan de un cargo de responsabilidad en los medios de comunicación, en instituciones educativas o en centros médicos. Y por este motivo, porque hay que dorarles la píldora si uno desea publicar, ganar una oposición docente o ejercer la medicina, el poder ideológico de este Gobierno progresista se extiende cada vez más por toda la sociedad. Tanto es así que ya nos han hecho creer que criticar al Gobierno es criticar al Estado, a España y a los españoles. Todo el que no acepta sus mandatos es un antipatriota, un traidor que merece ser silenciado por la fuerza de sus leyes. Esas leyes que solo defienden derechos particulares y ocurrencias ideológicas guiadas por el sentimentalismo.

La otra crisis: Test a la comunidad educativa

        Los niños valencianos de Educación Infantil y de Primaria no van a volver a las aulas hasta el próximo curso. Los más mayores sólo irán a su colegio si los cita su tutor para hacerles entrega de material escolar o para darles unas pautas claras si, por el motivo que fuere, no han podido aprovechar el tiempo a lo largo de estos dos meses que están sin clase.

            ¿Y qué van a hacer las familias de esos niños hasta el mes de septiembre? ¿Cómo van a compaginar las actividades escolares de sus hijos con su trabajo profesional? ¿Quién se va a quedar al cuidado de los niños si han de salir de casa para ir a trabajar?

            La incertidumbre será total mientras no tengamos un tratamiento efectivo para esta enfermedad. Porque en septiembre, aunque se tomen medidas físicas en cada uno de los centros, vamos a tener el mismo problema que ahora. Los docentes saben que el comportamiento del alumnado de Infantil es imprevisible y que con ellos va a ser imposible seguir unas estrictas normas sanitarias, empezando por esa distancia social que les resulta incomprensible. Y lo mismo se podría decir del alumnado de los dos primeros cursos de la etapa de Primaria. Su grado de madurez no alcanza para que sean conscientes de lo excepcional de la situación.

            Nos encontramos con intereses contrapuestos: las familias que no saben qué hacer con sus hijos en casa y los docentes que se ven incapaces de evitar los contagios en sus aulas. Por eso, si queremos que todos los centros educativos abran sus puertas en septiembre, que las familias puedan volver a sus labores profesionales y que los docentes no sufran un ataque de ansiedad cada vez que entren en una clase, no cabe otra que hacer test masivos y de forma regular a toda la comunidad educativa. Nuestras autoridades sanitarias han de garantizar que todas las personas que accedan a un centro escolar estén libres del coronavirus o certificar que ya han pasado la enfermedad. Solo de ese modo, las clases y demás actividades escolares se podrán desarrollar con cierto clima de tranquilidad, algo indispensable para que los centros escolares no se conviertan en unas simples guarderías donde aparcar a los niños durante unas horas al día.