La otra crisis: Una verdad inhumana

           Estaba leyendo el periódico mientras su hija de veinte meses se entretenía con sus juguetes. No se sabe si por curiosidad o por sentirse ignorada durante unos minutos, pero la cuestión es que la niña se colocó junto a su padre y empezó a observar las fotografías de las distintas noticias y anuncios publicitarios. En una de ellas aparecía un señor con barba y la pequeña, quizá para demostrar que entendía, se tocó su cara mientras decía “barba, barba”. Su padre, sin pensarlo siquiera, le dijo que no, que las chicas no tienen barba, que sólo la pueden tener los hombres. Se hizo el silencio tras pronunciar estas duras palabras y rápidamente miró a su alrededor, y también por la ventana, por si alguien había escuchado esta cruda verdad, que ya no es políticamente correcta, y lo delataba a la ministra de Igualdad, la señora Irene Montero, la misma que sostiene que toda persona tiene derecho a sentir el género que le dé la gana y en cualquier momento de su vida.

            El padre ingenuo se libró esta vez de una represalia merecida por ignorar la ideología de género que nos controla, pero quizá no tenga tanta suerte la próxima vez, cuando ya no esté rodeado del calor del hogar, leyendo el periódico plácidamente sentado en un sillón, sino en su puesto de trabajo, maestro tenía que ser, bregando con decenas de niñas que quizá piensen que cuando sean mayores también les crecerá la barba.

            Nos ha tocado vivir una época convulsa, pues se afirma que la verdad no existe, que todo es opinable, pero donde nadie puede pensar diferente ni salirse del guion de género escrito por esta ideología que se autodenomina progresista. Tanto es así que ya no son los puritanos conservadores los que censuran la letra de determinadas canciones, más bien las rescatan del olvido y las tararean para no volverse locos por culpa de ese sentimentalismo de género aleatorio tan alejado de la verdad. Ahí está, por ejemplo, esa canción del irreverente grupo “Los Inhumanos” que afirmaba con sentido común que las chicas no tienen y nunca la tendrán; y no se referían precisamente a la barba; y que ahora está censurada con pavor por los seguidores de la ideología de género. Una ideología que se ha expandido por todo el espectro político y que atenaza a la izquierda, al centro y a la derecha e impone “su verdad” sin encontrar resistencia social alguna. Pero bien, pese a todo, la verdad acabará brillando en nuestras vidas porque es el único camino que lleva a la felicidad, una felicidad que todo ser humano anhela aun sin saberlo.

La otra crisis: Ciego orgullo

            Algunas personas afirman ufanas que no se arrepienten de nada de lo realizado en el pasado y esta postura contrasta con la de otras que, aún con el perdón de la absolución sacramental, no encuentran consuelo por culpa de sus faltas pretéritas. Este era el caso del tío Luis, que permaneció como músico activo hasta casi los noventa años, y que una noche, de vuelta a casa con un par de amigos tras un ensayo de la banda, confesó a lágrima viva el pesar que tenía en su corazón. Resulta que cuando era joven, hacía más de sesenta años, agredió a uno de sus hermanos ahora ya difunto. Ese dolor, esa pena por usar la violencia contra uno de su misma sangre, le quitaba aún hoy la paz interior. Y eso que su hermano ya le había perdonado y que también, como persona creyente que era, había confesado ese pecado en el sacramento de la penitencia.

            Las personas que no se arrepienten de nada son merecedoras de la más solidaria compasión, pues permanecen ciegas por una falta de empatía que les impide ser felices y hacer felices a los demás. Y es que ya lo decía la cantante Laura Pausini hace años: “no somos ángeles, no nos caímos del cielo…”. Pues parece ser que algunos no se han enterado todavía y por eso, como creen que ya han alcanzado la perfección, no necesitan hacer examen de conciencia ni están dispuestos a aceptar la más mínima crítica.

La otra crisis: El desinterés general

            Algunos ya lo intuían y otros ni se han enterado, pero la cuestión es que la ideología progresista que aboga por difundir el relativismo se ha llevado el gato al agua y se ha impuesto en casi todos los ambientes. Y es que si todo es relativo, también lo es la verdad y el bien. Por eso nuestros gobernantes y demás autoridades, véase como ejemplo el mensaje de esta Navidad de su Majestad el Rey Felipe VI, ya no tienen como uno de sus objetivos prioritarios buscar el bien común, sino el interés general.

            Este simple cambio de concepto pudiera parecer una nimiedad, pero supone un cambio de paradigma que deja el destino de nuestras vidas en manos de los sentimientos volátiles de una mayoría social y deja indefensos a todos aquellos que se dejan guiar por la razón en la búsqueda del bien común. Porque todo interés pierde legitimidad si no está guiado por la inteligencia, sostenido por la voluntad e impulsado por la emoción. Y resulta que hoy en día lo que prevalece a la hora de tomar una decisión no es la razón ni la fuerza de voluntad, sino lo que uno siente de forma aleatoria en cada momento. Por eso uno se echa a temblar cuando desde las altas instancias nos informan sobre su firme empeño en hacer realidad un interés general que está siendo teledirigido por el simple sentimiento.

            Cuando una sociedad deja de buscar el bien, lo que es verdadero, y se deja guiar por sus dispares intereses y desintereses, generales o particulares, es capaz de aprobar sin inmutarse leyes como la del divorcio, la del aborto, la de la ideología de género o la de la eutanasia. Ojalá que en este 2022 los Magos nos regalen sentido común para saber discernir qué intereses lícitos nos convienen porque van de la mano de la verdad en busca del bien común.

La otra crisis: Un aislamiento doblemente positivo

            Desde hace ya casi dos años son muchas las personas que a la hora de realizarse una prueba de contagio por coronavirus se acuerdan de Louis Van Gaal, el que fuera entrenador del Fútbol Club Barcelona, y de su amarga queja de “siempre negativa, nunca positiva” que ahora se ha convertido en la bendición que todos desean escuchar de boca del personal sanitario.

            Los contagios se han disparado durante estas vacaciones de Navidad y no solo entre aquellos que han celebrado estos festejos rodeados de familiares, amigos y desconocidos, dentro y fuera de sus casas, con y sin mascarilla, compartiendo botella o cigarrillo… Hay algunos que decidieron celebrar en la intimidad de su hogar el misterio navideño, pese al malestar de algunos familiares, y que también han enfermado sin saber muy bien cómo ni a través de quién. Alguno dirá que a veces pagan justos por pecadores, pero quizá va a ser que no. Y por eso, visto lo visto, sí que resultó un acierto aquella decisión de quedarse en casa y no exponer al resto de la familia a un contagio masivo. Y el año que viene más y mejor. ¡Seguro que sí!

La otra crisis: Los bienaventurados de la señora Oltra

            Los valencianos de bien se han alegrado sobremanera al recibir la felicitación navideña de su vicepresidenta, la señora Mónica Oltra. Una felicitación que ningún otro político, menos aún los acomplejados llamados de “derechas”, se hubiera atrevido a enviar, pues recoge unos versículos del Evangelio de san Mateo y termina con un “Feliz Navidad”, que no con el políticamente correcto “felices fiestas” con elfos y duendes incluidos.

            El compromiso por la libertad, la vida y el amor que nos desea la vicepresidenta Oltra para este 2022, si realmente nos queremos acercar aún más al significado de esos versículos, podría concretarse de la siguiente forma: Porque tuve hambre, ya desde el seno materno, y me disteis de comer durante nueve meses; tenía sed, postrado en esa camilla de un hospital de enfermos terminales, y me disteis de beber con una sonrisa en los labios; fui forastero, cuando llegué a esa residencia de ancianos extraña para mí, y me acogisteis con cariño; estaba desnudo, desahuciado por mis limitaciones, y me vestisteis; estaba enfermo, antes incluso de nacer, y me visitasteis; estaba preso, por culpa de esa dolencia incapacitante, y vinisteis a verme…