A todos se nos ponen los pelos de punta, nos invade el horror y el estupor, cuando los medios de comunicación nos informan de una nueva violación en grupo. Y ante esa barbarie nos preguntamos cómo es posible que un grupo de chavales se dejen arrastrar por sus bajas pasiones y sean capaces de agredir salvajemente, como bestias irracionales, a una chica indefensa.
Parece increíble que algunos traten de centrar el debate en si la chica consintió o no y no vayan más allá, a la raíz de ese comportamiento animalizado. Hay que remontarse en el tiempo y situarse en el momento en que esos jóvenes entablan una primera conversación con esa chica. Porque es ahí donde se debería dar el primer “no es no”: no voy a tomar una copa con vosotros, no me voy a separar de mis amigas, no me voy a dar una vuelta con vuestra pandilla, ya no son horas para ir danzando sola por la calle…
Y cabe preguntarse por qué en algunos casos ese “no es no” no es impedimento para que un grupo de chavales siga insistiendo y traten de camelarse a esa chica que les parece vulnerable. Y cabe preguntarse también por qué esa chica, acompañada aún por su grupo de amigas, ha sido incapaz de cortar de primeras toda relación con esa pandilla masculina que la atosiga.
Pues por eso aún hay que remontarse más allá y ver qué educación sexual han recibido estos jóvenes, ellas y ellos, en su instituto y en su familia. Quizá en su casa, aunque sean menores de edad, solo han recibido un consejo: “haz lo que quieras, pero no me vengas con un niño debajo del brazo”. Sí, y quizá en su instituto estén impartiendo un curso como el diseñado por la Consejería de Educación de Valencia, denominado “Nuestros cuerpos, nuestros derechos”, donde a los jóvenes se les anima a disfrutar de su sexualidad sin límites de edad, solos o en compañía, de un sexo o del otro, dejando volar sin freno su fantasía para satisfacer todo el deseo sexual que a uno se le pueda antojar.
Si uno analiza el contenido de ese programa “progresista” de deformación sexual, la imagen erotizada que se les impone de la sexualidad, si en su casa tampoco se les pone freno ninguno a satisfacer sus impulsos sexuales, si pueden entrar sin impedimento alguno en las páginas web que les dé la gana… podemos llegar a la conclusión de que a nuestros jóvenes los hemos abandonado a su suerte. Se les empuja a satisfacer sus deseos con los cinco sentidos, a emprender un camino de desenfreno arrollador, y se les detiene y se les condena porque, en su ceguera, han traspasado unos límites que son invisibles cuando uno da rienda suelta a sus impulsos sexuales.