La otra crisis: ¿Una inclusión sin integración?

            La experiencia de la vida nos demuestra que una cosa es la teoría y otra muy distinta es la práctica, que una cosa es redactar desde un despacho un listado de normas muy deseables y otra que éstas se puedan llevar a la práctica en un centro educativo.

            Y es que ya tenemos vigente la nueva ley de Educación, la llamada Lomloe o Ley Celaá, con ese deseo explícito de instaurar la inclusión educativa y de integrar al alumnado de los centros de educación especial en los centros ordinarios. Y si una cosa es la teoría y otra es la práctica, la diferencia es todavía mayor si esa teoría no se basa en la realidad de las cosas. Y la realidad más palpable es que el papel de las familias de esos alumnos con necesidades especiales es primordial e imprescindible. Y a esas familias no se les ha consultado si les parece bien o mal esa medida prevista por la ley y tampoco van a tener la posibilidad de impedir que sus hijos cambien de centro cuando lo dictamine la Administración.

            Otra realidad, que tampoco se aprecia desde un despacho, es que los maestros de los centros ordinarios, en su inmensa mayoría, no están preparados para atender con garantías de éxito a todos esos niños con unas necesidades diferentes al resto de los alumnos de la clase. Y a esto hay que añadir que, por culpa de la situación económica, tampoco va a ser posible contratar a los miles de docentes especializados que van a hacer falta para que esa inclusión se convierta en una posible integración. Porque incluir en las aulas ordinarias a todos esos alumnos, distribuir sin más, se podrá hacer si se realiza una planificación correcta. Pero otra cosa va a ser que esos alumnos logren integrarse en la vida escolar, pues la realidad, ésa que no se ve desde el despacho ministerial, nos demuestra que los docentes siempre están por la labor, pero que los alumnos, sobre todo los de Infantil y los del primer ciclo de Primaria, suelen ignorar y dejar a un lado a los niños con los que no pueden interactuar en sus juegos. Y es que en este caso nos encontramos con la barrera de la inmadurez afectiva de estas edades y el desuso de su razón.

            Sería una grata noticia que dentro de algunos años pudiéramos felicitar a la ministra Celaá por el éxito de esta iniciativa de inclusión e integración de niños con necesidades especiales en centros ordinarios. Pero aún sería más de agradecer, si se diera el caso de no poder poner en práctica su teoría, que se permitiera a las familias implicadas elegir con libertad si prefieren que sus hijos vayan a uno o a otro centro escolar. ¿No les parece?

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