La otra crisis: Incredulidad juvenil

            Hace veinticinco años, en 1997, un servidor tenía eso mismo, veinticinco años, y pude seguir a través de los medios de comunicación las noticias del secuestro y posterior asesinato de Miguel Ángel Blanco. No me lo podía creer. ¿Cómo era posible que una persona acabase de esa manera, con dos disparos a bocajarro, con la vida de un joven que estaba maniatado y de rodillas? ¡Qué cobardía y qué impotencia!

            Ríos de lágrimas de indignación se desbordaron por las calles de toda España clamando justicia y exigiendo el final definitivo de la banda terrorista ETA. Ahora, veinticinco años después, aquellos regueros de lágrimas se han convertido en un barro viscoso que trata de justificar los viles asesinatos y que ha manchado perennemente hasta la chaqueta del mismísimo presidente del Gobierno de España. Al igual que hace veinticinco años, pese a que la juventud me abandonó hace tiempo, no me lo puedo creer. ¿Cómo es posible que se quiera pasar página como si aquí nada hubiera sucedido? ¡Qué desfachatez y qué injusticia!

La otra crisis: Quien paga, manda

            Las personas de bien, ésas que se dejan guiar por el sentido común y buscan la verdad de las cosas, están empeñadas en desmontar con cifras, datos y evidencias científicas cada una de las leyes ideológicas de nuestro Gobierno. Están convencidas de que nuestros gobernantes progresistas cambiarán de parecer, y derogarán todas esas leyes inmorales, ante las evidencias que dejan a las claras su incompetencia y su sectarismo. Pero va a ser que no, pues les ciega el relativismo, su afán proselitista y un apego a la mentira y al poder que va más allá del mero acomodo político.

            Ahí tenemos, por ejemplo, esa nueva Ley de educación que prevé deformar las conciencias de los niños con las proclamas irracionales de la ideología de género. En vano se cansan los estudiosos que desde la pedagogía, la biología o la psicología exhiben argumentos empíricos que demuestran que hablar de identidad y placer sexual a niños de tres años es una aberración, pues a los progresistas de nuevo cuño les da absolutamente igual lo que diga o piense la comunidad científica.

            En mi tierra hay un dicho que dice que “qui paga, mana”. Es decir, el que pone el dinero es el que impone todas las condiciones a los demás. Por eso, si hablamos de los niños escolarizados, son los padres los que se están encargando, ya desde antes de nacer, de su cuidado y manutención. Sólo por eso, y mientras los políticos que nos gobiernan no apoquinen con todos los gastos y el tiempo de dedicación que supone criar a un hijo, los padres tienen el derecho y la obligación de decidir qué tipo de educación desean para su prole, por muchas leyes que haya que traten de imponer lo contrario.

            Y así podríamos continuar, colocando a cada uno en su sitio según su implicación económica y temporal, sin rebuscar argumentos probados, con cada una de esas leyes indignas que este Gobierno está sacando adelante y que se resumiría en una sola idea, real como la vida misma y nada científica, para la próxima cita electoral: no os voy a votar… ¡porque no me da la gana!

La otra crisis: Danone y se acabó

         Desde mi más tierna infancia, en aquella lejana década de los setenta del pasado milenio, no ha faltado nunca en la nevera de mi hogar un yogurt de la marca Danone. Y ahora, cincuenta años después, puedo decir con orgullo que ayer consumí los dos últimos danones que quedaban en mi frigorífico. A partir de hoy, y hasta que el sentido común vuelva a reinar en la junta directiva de esta empresa, compraré y consumiré yogures de otras marcas pese a que su calidad sea inferior y no precisamente porque su precio sea menor.

            Las formas, los gustos, las modas o las aficiones, lo accidental de nuestras vidas, varían con el tiempo o las circunstancias externas. Pero lo esencial, la sustancia, las dimensiones y los principios fundamentales de la persona no mudan en absoluto. Por eso, hace cincuenta años y también ahora, todo niño tiene derecho a ser educado por aquellos que le han dado la vida según el designio que marca la naturaleza: un hombre y una mujer.

            La empresa Danone, influenciada por esa ideología de género que el Gobierno ampara y difunde, ha decidido rediseñar sus viñetas publicitarias de antaño para dar visibilidad a esos diversos tipos de unión donde prevalece el deseo de los adultos sobre el derecho natural de los menores a tener un papá y una mamá. Danone ha apostado por la confusión, por lo políticamente correcto, dejando entrever que cuenta con un equipo de profesionales con una apremiante falta de formación humanística.

            Ya sabemos que el dinero no da la felicidad, aunque en Danone no lo tengan todavía muy claro. Ahora nos falta por redescubrir que tampoco la normalización de modelos de unión diversos prevalecerá sobre la verdad que fundamenta la vida familiar. Está en juego nuestra felicidad y, sobre todo, la de nuestros hijos. Por eso, de forma testimonial y aunque sea una gota en el océano, en la nevera de mi casa, tras cincuenta años ininterrumpidos, ya no hay ni habrá ningún yogurt Danone.