La otra crisis: La eutanasia que no llega

            Los españoles, vista su actitud a lo largo de todos estos días de alerta sanitaria, han dejado claro que apuestan por la vida, que su preocupación y cuidado alcanza a todos los afectados por el coronavirus, tengan la edad que tengan.

            Una de sus mayores preocupaciones es tener que dejar solo y aislado a su familiar enfermo, no poder despedirse de su ser querido, celebrar un funeral en condiciones y acompañarlo al cementerio. Y una de las mayores alegrías es cuando un afectado recibe el alta hospitalaria, sin importar la edad que tenga.

            Algunos políticos progresistas; esos que viven una privilegiada realidad y tratan de mejorar la ajena con meras palabras y sin ir con el ejemplo por delante; insisten una y otra vez en lo larga que es la lista de personas que están desesperadas porque aún no está vigente la ley de la eutanasia. No les importa ir contracorriente y defender la cultura de la muerte cuando la sociedad española se está dejando la piel por salvar vidas. Y no les importa porque son devotos de una ideología intrascendente, inhumana, que deja la dignidad de una persona al mismo nivel que la simpleza de cualquier otro ser vivo.

            La sociedad española apuesta por la vida y por eso exige a sus políticos que hagan lo posible para prevenir nuevos contagios y curar a todos los afectados. Y seguro que de nuevo, más pronto que tarde, tendremos a Pablo Iglesias y a los suyos exigiendo la aprobación y puesta en marcha de esa ley de eutanasia. Nos dirán que son cientos de miles las personas que están esperándola para poner punto final a su vida con dignidad. Una dignidad que, por desgracia, aún no están recibiendo la mayoría de las víctimas mortales del coronavirus. Y ahí, este Gobierno progresista, también tiene mucho que decir y que hacer. ¿No lo cree así, señor Iglesias?

La otra crisis: Adiós al Estado del bienestar

       Tras más de un mes de confinamiento, rezando y llorando por nuestros seres queridos, organizando el horario de trabajo propio y el de la prole, consultando la cuenta bancaria que ya no recibe ingreso alguno, escuchando discursos políticos soporíferos y autocomplacientes, recibiendo noticias del incremento del número de parados y de unas previsiones económicas catastróficas, los españoles estamos asumiendo que ese “Estado del bienestar” que nos prometían todos los partidos políticos, un mundo maravilloso de derechos satisfechos, ha pasado a la historia.

            Llega el momento de hacer frente a la cruda realidad, de aprender de nuestros mayores. Ellos, durante la posguerra, experimentaron qué significaba vivir en un “Estado de necesidad”, donde prevalecían los deberes sobre los derechos, y saben bien lo que supone eso de “apretarse el cinturón”.

            El problema radica en que nuestro actual Gobierno progresista solo habla de derechos, para colectivos específicos, y de deseos que han de hacerse realidad. Derecho a una muerte a la carta, a poner punto final a un embarazo, a casarme con quien quiera y adoptar un hijo, pasando por encima de los derechos del menor, a disfrutar de una única escuela pública y laica, a cambiar de sexo porque así lo siento, a juzgar de nuevo hechos de la historia ya superados…

            Un Gobierno que solo se debe a los caprichos de unos pocos, a los dictados de su ideología, no está capacitado para sacar a España de la actual situación de catástrofe económica y social. Seguro que pueden entender la delicada situación que padecen los españoles, como bien ha dicho Pablo Iglesias al apiadarse de todas esas familias que no tienen un jardín como el suyo para salir a pasear con sus hijos, pero son incapaces de ir con el ejemplo por delante, de desatender esos deseos irracionales y relativistas que sostienen los ejes de su ideología progresista.

            Urge que Pedro Sánchez haga partícipe de las decisiones de gobierno a todos los partidos democráticos y que deje a un lado la propaganda y la búsqueda del rédito político. Si en los tiempos que corren se ve incapaz de dar ese paso, será una prueba fehaciente de su incapacidad para seguir al frente del Gobierno de este país. Por lo que habrá que replicar, como antaño ya se hizo, el “¡váyase, señor Sánchez!”.

La otra crisis: La falible justicia terrena

            Aunque algunos no se lo crean, porque piensan que están por encima del bien y del mal, todos somos capaces de lo mejor y también de lo peor. Por eso es comprensible que algunas personas, cuando afirman que quieren que se haga justicia, lo que pretenden en realidad es dejar fuera de juego a todos sus contrincantes políticos o ideológicos. No pueden permitir que se escuche la voz de alguno que no comulgue con el pensamiento único y progresista imperante. No buscan que se sepa la verdad, que la justicia dicte una sentencia basada en la realidad de los hechos, sino que se corrobore su versión parcial e inamovible de lo sucedido.

            Juan Cotino, una persona buena, ha fallecido en un hospital valenciano víctima del coronavirus. Y esos mismos que le acusaron, y siempre lo harán si no cesan en su ciego cinismo, que ignoran que también somos capaces de lo mejor, no pueden comprender que Juan Cotino no metiera jamás la mano en la caja cuando gozó de una posición política privilegiada para hacerlo. Más aún, no les puede entrar en la cabeza que Cotino se desprendiera, un mes tras otro, de parte de su nómina para sostener obras altruistas y de apostolado.

            La justicia terrena no ha tenido tiempo de dictar la sentencia de absolución de Juan Cotino, como sí ha hecho ya la justicia divina. Ahora goza ya de Dios y, como ya hizo en vida, seguro que se acuerda de interceder por los suyos, por sus familiares y amigos, y también por todos aquellos que le injuriaron en vida, para que algún día le den una oportunidad a la verdad.

Un regalo literario progresista

Esta terrible pandemia también tiene su parte positiva, pues como muy bien dice Lorenzo Silva, se ve a “mucha gente que da lo que tiene con una generosidad abrumadora”. Y ese desprendimiento solidario es una llamada de atención que solo pueden captar las personas con cierta empatía.

            Esta puede ser la razón del regalo que Lorenzo Silva ha decidido hacer a sus lectores: una novela firmada con un seudónimo femenino que narra un cambio radical en la vida de una mujer. Una mujer que está casada con otra mujer y que se enamora de una tercera mujer mucho más joven.

            Parece mentira, pero este argumento ya no llama la atención a un lector aficionado como yo, pues no aporta nada nuevo a un mundo literario donde muchos escritores siguen las normas de lo políticamente correcto. De ese modo, por el miedo al qué dirán, quedan encorsetados dentro de una ideología que no defiende la libertad de expresión del que discrepa del pensamiento único.

            Seguro que en próximo XLSemanal nos informarán del número de descargas que ha tenido la novela a lo largo de esta semana. Pero ya le digo yo que podrían haber sido muchas más, creo que se habría colapsado su página web, si se hubiera hecho un pequeño cambio en el argumento: Una mujer, infelizmente casada con otra mujer, se enamora locamente de un hombre de su misma edad y por eso decide hacer un cambio radical en su vida.