La otra crisis: ¿Un progresismo eterno?

            Algunos miembros de nuestro actual Gobierno están convencidos de que su permanencia en el poder se va a prolongar durante un buen número de legislaturas. Alardean de tal superioridad moral que hasta se permiten dejar a un lado el relativismo que impregna su ideología. Y es que sí que creen en la existencia de algunas verdades absolutas. Unas verdades basadas en sus opiniones y que se fundamentan en el sentimentalismo ocurrente de cada individuo.

            Esa verdad, su verdad, es la que debe impregnar el ideario de todos los centros educativos que reciban fondos públicos. Esa es la razón de que en la nueva ley educativa se dé prioridad a la escuela pública; se prevé la construcción de más colegios públicos; y se trate de prescindir de las escuelas privadas concertadas que no estén dispuestas a claudicar de su ideario fundacional.

            Parece ser que este Gobierno es tan progresista que es incapaz de mirar atrás y aprender de la historia. Resulta que, en el año 1948, tras la terrible Segunda Guerra Mundial y las purgas efectuadas en los países comunistas, se proclamó la Declaración Universal de los Derechos Humanos para que ningún régimen totalitario pudiera seguir actuando impunemente. Y ahí está el artículo 26, que en su punto 3 afirma que “los padres tendrán derecho preferente a escoger el tipo de educación que habrá de darse a sus hijos”.

            Pablo Iglesias quiere que el Gobierno controle la educación que se imparte en los centros públicos y que éstos sean los únicos que sobrevivan gracias a la retirada progresiva de los conciertos económicos a los centros privados. Y todo porque cree que los partidos progresistas van a seguir ostentando el poder indefinidamente y que su ideología es la única que se va a impartir dentro de las aulas. Y otra vez queda demostrado su ciego progresismo que le impide aprender de la historia y caer así en la cuenta de que “no hay mal que cien años dure”. Porque llegará el día en que su Gobierno caerá y serán otros los que empezarán a gobernar. Y serán ellos los que tendrán el control absoluto de la educación y podrán imponer su ideología a la única comunidad educativa que habrá subsistido: la de la enseñanza pública.

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