La otra crisis: Los amargos aplausos del sinvivir

            Dicen que la ignorancia es muy atrevida y así lo han corroborado los políticos españoles que han votado a favor de una ley de eutanasia que da luz verde al exterminio de todas aquellas personas que supongan una carga social o sanitaria.

            Yo no había nacido en el año 1939, pero seguro que los parlamentarios alemanes también aplaudieron y alzaron su brazo ante Hitler cuando, a instancias de éste, aprobaron su ley de eutanasia. Yo no había nacido entonces ni soy alemán, pero de haber vivido en aquel país en aquella época, la aprobación de esa ley hubiera supuesto la firma de mi sentencia de muerte.

            Resulta que un servidor sufre una discapacidad; diversidad funcional se dice ahora; y la aprobación de esta ley de eutanasia me pone entre la espada y la pared. Dentro de unos pocos años, cuando mi estado físico requiera aún más cuidados, alguien me podría recriminar mi falta de solidaridad social. ¿Cómo es posible que el Estado se gaste en mi persona miles de euros al mes en medicación mientras las colas del hambre aumentan por doquier? ¿Cómo me atreveré a pedir una prestación que me mantenga cuando ya no pueda trabajar mientras haya personas que cobran sueldos miserables e indignos?

            La ley de la eutanasia se ha aprobado por mayoría absoluta en el Parlamento español, y en sus paredes han resonado los aplausos y vítores de todos esos políticos que le han dado su respaldo. Pues esos aplausos, esos vítores, no pueden acallar la sinrazón de su decisión. Esos aplausos y esos vítores resultan un grave insulto a la dignidad de las personas enfermas y ancianas. Es una auténtica vergüenza que esta ley inmoral sea recibida con un entusiasmo que resulta inexplicable para la gente de bien.

            La ignorancia es muy atrevida, pero también es cierto que impide medir las consecuencias de los actos. Porque esta ley de eutanasia que han aprobado también ha supuesto la firma de una sentencia de muerte futura para muchos de los políticos que han votado a su favor. Y es que, como bien dice el refranero, a cada cerdo le llegará su San Martín.

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