La otra crisis: ¿Pobre de mí?

        Mis abuelos, hace ya bastantes años, pasaron unos días en Pamplona en plenas fiestas de San Fermín. La experiencia, según nos contaron, fue muy desagradable. Cuando de buena mañana salían a dar una vuelta para disfrutar del ambiente previo al encierro, tenían que ir muy atentos para no pisar a los que dormitaban tumbados en medio de la calle, rodeados de sus inmundicias y de un olor nauseabundo, una mezcla de alcohol, heces y orín.

            Quizá por eso sentí una profunda alegría cuando supe de la suspensión de las fiestas en honor a San Fermín por culpa del coronavirus. Una suspensión que habrá supuesto un gran alivio para muchísimas familias pamplonicas. Y no por el enorme desembolso económico que se han evitado, sino porque se han ahorrado innumerables broncas con sus hijos y el disgusto diario por no saber en qué condiciones iban a llegar a casa. Y a esa alegría por la suspensión de las fiestas pamplonicas se le ha sumado otra aún mayor. Y es que ya es oficial que tampoco se va a celebrar la semana taurina de mi pueblo, Algemesí.

            Alguno pensará que soy un animalista, contrario al maltrato animal y enemigo acérrimo de las corridas de toros. Pues no. Soy una persona que defiende la dignidad de todo ser humano. Una dignidad que se pierde cuando uno abusa del alcohol y de las drogas o cuando, sin un motivo grave, pone en peligro su vida y la felicidad de los suyos.

            Afortunado de mí, afortunado tú y tus familiares, pues este año los algemesinenses, al igual que lo estuvieron los pamplonicas, estaremos sobrios y lúcidos durante esa semana taurina que ya no se celebrará en el próximo mes de septiembre. Además, gracias a esta excepcional cancelación, más de uno y más de una evitarán hacer alguna tontería irreflexiva con posibles consecuencias a nueve meses vista.

            Está claro que pagan justos por pecadores, pero la culpa la tenemos las personas adultas que no hemos sabido imponer límites y normas a la juventud. Y mientras esto siga igual, ojalá también el año que viene se suspendan todas esas fiestas populares donde el desenfreno campa a sus anchas. Eso sí, que no sea por culpa de un nuevo coronavirus, sino por una cabal decisión de las autoridades y de las familias.

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