La otra crisis: El progresismo de lo público

           El maestro Ábalos, ahora ministro del Gobierno de Sánchez, dejó la docencia hace un montón de años para entrar en la política y así servir mejor al pueblo soberano. Él decidió dar ese paso y solo él será el que decida retomar esa labor magistral o disfrutar, casi mejor, de una merecida prejubilación.

            Los progresistas de nuevo cuño no aspiran a otra cosa que no sea trabajar en lo público, como funcionarios, como políticos o asesores con dedicación remunerada. De hecho, si no les supusiera una mala propaganda, retirarían del currículo educativo todo lo referente al emprendimiento; una competencia clave que aparece en la LOMCE, esa ley educativa que van a derogar en breve.

            Afirman que “lo público es de todos”, pero saben bien que ese “todos” se puede traducir como “nadie”, y que en ese “nadie” entran ellos, los que manejan los hilos del poder político y mediático.

            Pero se equivoca el ministro Ábalos cuando afirma que a él no lo echa nadie. Seguramente no tendrá ni que esperar a las próximas elecciones generales, cuando los socialistas ocuparán la bancada de la oposición, pues lo cesarán sin miramientos si empieza a ser una molestia para la maquinaria progresista. Porque esa es una de las pegas de esta ideología totalitaria: el apego a lo público, al poder y a los cargos, es tal en cada uno de sus palmeros, que son capaces de pasar por encima de cualquiera para alcanzar sus ansiadas pretensiones. ¡Si hasta en Vox pasan estas cosas! ¿Verdad, señor Abascal?

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